Después
de la subida al cráter del volcán Tungurahua tocaba una jornada de descanso. Pasaría
el día en Baños, esta vez sería tranquilo, nada de puenting, cañoning ni cosas
raras. Solo relax, paseítos, relax, aguas termales, relax, etc. etc. Jueves a
primera hora, Ñato, el guía, me recoge en el hotel y nos dirigimos a Riobamba,
donde visitaríamos la federación de montaña y practicaríamos un poco de
escalada deportiva en él rocódromo con los futuros guías de montaña. Allí mismo
comimos y pronto salimos hacia la reserva natural del Chimborazo. Una vez
dentro llegamos al refugio, a una altitud de 4800m, donde esperaba aclimatarme
un par de días antes de intentar la ansiada cumbre.
Refugio |
El
jueves por la tarde, paseo un poco por los alrededores, subo hasta los 5100m de
la laguna cóndor cocha, cuyos alrededores ya están cubiertos de nieve. Ritmo
lento, respiraciones profundas, parece que la altitud me respeta. En
el refugio charlamos con un chico y una chica colombianos que intentarán esta
noche la cumbre. Con alguna pequeña molestia por la altitud, y sabedor de que
en la noche las sensaciones se agravan, me acuesto a dormir.
El
viernes a la mañana en el comedor del refugio me encuentro a los colombianos,
tuvieron que dar media vuelta cerca de los 5300m, uno de ellos iba fundido y se
había quedado sin fuerzas. Esto no hacía más que agrandar mis miedos, intentaba
centrarme, y pensar que mi adversario sería la altura, que el cansancio físico
no podría conmigo. Esa mañana Ñato y yo salimos de la reserva natural para
visitar unas termas y relajarnos. A las 12 del medio día volvíamos a estar en
el refugio, donde Manolito nos servía la comida.
Lago cóndor cocha |
Repito
la operación del día anterior, pequeña caminata, le regaló a mis ojos las
imponentes vistas, ahora sí, despejadas de la cumbre del Chimborazo, y como si
de una historia de amor se tratase no paro de mirarla. También me deleito
viendo pasar a las vicuñas, pastando impasibles ante la presencia de algunos
pocos andinistas. Yo aún no me consideraba uno, pero estaba jugando a serlo.
En
la parte trasera del refugio un gran monumento de piedra marca el inicio de la
ruta, y alrededor de él, numerosas lápidas, de algunos valientes que un día lo
intentaron por última vez, y de algunos otros que habiendo coronado muchas
veces, su última petición fue esparcir allí sus cenizas, ver semejante
cementerio me hacía pensar que debería, aunque me costase, ser sensato y no
jugarme la vida, queda mucho por hacer. Pronto me acostaría, la idea era
levantarse a las 10 de la noche para a las 11 iniciar la marcha. Ya en el
cuarto, con alguna hora de sueño encima, aparece un nuevo guía acompañado por
dos chicos que también buscarían la cima.
Vicuñas |
Veo
la preparación y el material que trae esta gente, y suma 1 millón más al
contador de acojone que tengo. Pero seamos sinceros, soy cazurro, por mis
santos eggs (huevos en castellano, para los que no saben inglés) que lo
intento, eso sí, siempre con cierta sensatez. Esta vez la línea que separa la
sana autoconfianza de la insana arrogancia sería realmente fina, debería medir
muy mucho mis decisiones. Tras una pequeña charla con los nuevos compañeros
todos nos echamos a dormir, esperaba una dura noche.
A
las 10 de la noche suena mi despertador, y junto con Ñato bajamos para comer
algo, los compañeros de habitación aunque tenían previsto dormir hasta las 11
también bajan. Tras picar algo decido salir el primero, ya con el arnés
colocado, casco en la cabeza y empuñando los bastones, ganas mil y acojone un
millón salgo al ruedo. Conozco el camino al menos hasta el lago, así empezaría
suave, concentrándome en la respiración, pensando en que no hay mal de altura,
caminaba en solitaria por aquel sendero oscuro y en mi cabeza una voz decía una
y otra vez no hay mal de altura, no hay mal de altura, y poco después sale mi
guía que me alcanza antes de llegar al lago. El otro grupo saldría una media
hora más tarde.
Sobrepasado
el lago y un poco por encima de los 5100m, hacemos un alto técnico para
colocarnos los crampones guardar un bastón y sacar el piolet. Empezamos un ascenso
bastante vertical, la nieve esta blanda y nos vamos enterrando a cada paso, eso
hace más duro aún si cabe el ascenso, y también peligroso, un mal paso y
deslizarse por esa pared no iba a ser nada divertido, o quizás sí, siempre y
cuando no nos hiciésemos daño. La cosa empezaba a cambiar cuando íbamos ganando
altura, la nieve seguía en bastante mal estado y la altura ya empezaba a ser
sería como para cometer un descuido y resbalarse. Hacemos una parada técnica, y
le mando un trago de té de coca para prevenir el mal de altura, no había rastro
de él, o al menos no se manifestaba como dolor de cabeza. Después de esta
parada, reiniciamos la subida esta vez ya encordados. Busco apoyarme con él
piolet en el lado de monte y bastón al lado del valle, por la longitud de ambos,
y en uno de esos cambios, bye bye manopla derecha, al sacar la dragonera del
bastón saco también la de la manopla que se me cae al suelo y se desliza
montaña abajo. No la volvería a ver, la echaría de menos. Proseguimos el
ascenso, cada vez más duro, cada vez más cuesto, llegamos a la zona del
castillo donde hacemos una pequeña parada. Ya por encima de los 5400.
Bebemos
un poco, media barrita cortesía de la Cochadora, y proseguimos la cordada. De
repente se oye un ruido metálico, de mi mochila se desprende el termo, y cae
ladera abajo, bye bye té de coca, la única bebida caliente que llevaba, sabía
que mi agua se acabaría congelando, y no era muy conveniente deshidratarse. Proseguimos
la cordada lentos pero seguros, todo a partir de aquí sería vertical, muy
vertical, más vertical aún si cabe. Me voy sintiendo agotado por momentos, y
necesito hacer paradas cada poco tiempo, Ñato me animaba diciendo "metele
ñeque”, se lo había oído tantas veces que tuve que preguntarle. Es una forma de
animar como diciendo venga échale ganas, o el ya clásico español échale huevos.
Ñeque a ñeque fui subiendo, pero la nieve seguía blanda y nos seguíamos
undiendo.
Ojo
al GPS y superamos los 5500, ñeque a ñeque, mordisco a mordisco de barrita, ya
con el agua congelada, sigo undiendome en la nieve blanda. Avanzamos lentos
pero seguros, la zona es peligrosa y se oye alguna piedra que otra caer.
Llegamos a los 5600, eran casi las 3:30 de la mañana y casi 5 horas de ascenso.
Empiezo a darme cuenta que no va a ser posible coronar, la nieve está demasiado
blanda y avanzar en ella es muy peligroso, y más peligroso aún sería el
descenso cuando saliera el sol. Empiezo a notar, o más bien, dejo de notar mis
dedos de las manos por el frío, intentó calentarlos a base de golpes, de
movimientos ágiles, de frotarlos con mis piernas.
Seguimos con el ascenso, poco a poco, pero
seguro, vamos ganando metros verticales, pero aún está muy lejos la cima,
empiezo a sentirme sin fuerzas, parte quizás efecto de la altura, no me duele
la cabeza pero me faltan fuerzas, hacía tiempo que no me sentía tan desfondado.
Cada poco necesitaba parar, para tomar un respiro, cada vez eran menos las
zancadas que podía dar sin parar, mis manos tensas no eran capaces de cerrarse
rodeando las empuñaduras del bastón y el piolet, y acabó desfalleciéndome
clavando las rodillas sobre la fría nieve y mi cabeza dice hasta aquí. Mi
físico empezaba a limitarme y tardaría mucho en coronar, mis dedos empezaban a
preocuparme, a preocuparme de verdad, los tenía morados, no podía cerrarlos y
solo pensaba en la posibilidad de perder alguno, y sinceramente no sé vosotros
pero yo quiero más a mis dedos que a la cima del Chimborazo.
Allí de rodillas, exhausto,
desfondado, se me escapan las lágrimas, lágrimas de tristeza, lágrimas de
impotencia, lágrimas de dolor, lágrimas del fin, lágrimas que se congelan
al llegar a mi barba, asique haría lo más sensato, bajar. La nieve esta blanda
y el descenso será peligroso, pero mis dedos me pedían velocidad, o más que
velocidad, calor. Emprendemos un rápido descenso, jugándonos el tipo en
ocasiones. A 5500 m nos encontramos con la cordada de los compañeros que suben,
formamos un punto de reunión para analizar la situación. Uno de ellos me da
unos saquitos que al friccionarlos producen calor, mucho calor, los introduzco
en mis guantes y con mucho dolor parece que mis dedos empiezan a reaccionar.
Les debo la vida, o mejor dicho los dedos, les debo los dedos a esos amigos
ecuatorianos que el Chimborazo me dio. Tras unos minutos hablando nosotros
proseguimos el descenso, la otra cordada quiere sacarse un poco el físico y
ascienden un poco más para iniciar el descenso.
Rápido
llego al lago, me siento y como buenamente puedo me quito los crampones, los
guardo y desciendo por el sendero hasta el refugio, al llegar a la zona
de las lápidas, las miro, y doy gracias a no sé que, por qué sigo aquí.
Chimborazo |
Chimborazo,
esto te lo digo a ti, tenemos algo pendiente, no será ahora, no sé cuándo será,
pero que sepas que algún día coronaré tu cima y una nueva crónica habrá.
Jorge
Sabugo Sousa
No te conozco demasiado, pero solo con leerte... el chimborazo y yo sabemos que coronarás.
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